Sobrevivir a la Cordillera
Hace pocos días tuve la oportunidad de visitar por tercera vez, el lugar donde hace 50 años, cayó el avión uruguayo que transportaba un equipo de rugbiers, que viajaban a Chile por un fin de semana. La historia es mundialmente conocida, incluso se ha hecho una película, y en la actualidad se está filmando otra. Se han escrito una enorme cantidad de libros (todos interesantes y atrapantes), y los sobrevivientes, han dado innumerable cantidad de charlas.
Si bien es cierto que la historia habla por sí sola, quiero compartir en este espacio, mi experiencia personal, sobre ese lugar increíblemente mágico, enclavado en el medio de la cordillera, en el límite mismo con Chile, a casi 100 kilómetros de la localidad de El Sosneado, sobre la ruta 40.
Y utilizo la palabra “mágico” como sinónimo de milagro, de supervivencia, de amistad, de trabajo en equipo, de esperanza y sobre todo, de la increíble y poderosa fuerza del ser humano para salir adelante ante todo y contra todo, superando lo inimaginable.
Haciendo un poco de historia, este equipo de rugby, viajaba a Chile por un fin de semana, a disputar un partido amistoso. Con varios contratiempos, logran que un avión de la Fuerza Aérea uruguaya los llevara a Santiago. Por cuestiones climáticas y técnicas, deben parar en Mendoza, siendo algo incierta la posibilidad de continuar.
Pero el destino quiso que lo hicieran y el avión programa bajar por cielo argentino, hacia el sur, llegar al paso Planchón (una parte donde la cordillera baja y abre una ventana para pasar a territorio Chileno), y desde allí subir a Santiago.
La suma de varios desaciertos, hizo que los pilotos creyesen estar en el paso Planchón, cuando en realidad no habían llegado allí. A partir de ese error, comienzan a subir, como si ya estuviesen en territorio chileno, cuando en realidad se dirigían a lo más alto de la cordillera (picos entre 4500 y 5000 metros de altura).
El choque fue inevitable. Lo hacen contra unos riscos salientes (que hoy se los conoce como los Gendarmes), y desde ahí, la parte delantera del avión, se desliza por un tobogán de hielo, hasta quedar en su destino final, el Glaciar Lagrimas, lugar donde pasarían 72 días.
72 días encerrados en un glaciar, en uno de los inviernos más crudos de los que se tenga registro (se suponen temperaturas de hasta menos 30º), rodeados de montañas de 5000 metros de altura sobre el nivel del mar. Una verdadera cárcel de hielo, nieve y piedra. Sin comida, con poco abrigo, algunos elementos mínimos rescatados de la cola del avión.
Y allí, en ese lugar, donde nadie los buscaba (porque todos coincidían que era imposible que alguien sobreviviese en esas condiciones), se desarrolló una historia que seguramente será única, una historia de supervivencia como pocas, donde un reducido grupo de adolescentes entre 18 y 21 años, tuvieron que llegar a limites impensados, para poder sobrevivir.
Dos de ellos, los más conocidos (Canesa y Parrado), coronaron un cierre de película, subiendo uno de esos murallones infranqueables de hielo y piedra, en busca de ayuda. Y caminando durante 10 días entre glaciares, precipicios, ríos de deshielo infranqueables, se topan con un arriero chileno al que le dicen VENIMOS DE UN AVION QUE CAYÓ EN LA CORDILLERA.
Con un final feliz (si es que se puede usar este adjetivo para una historia dramática en muchos aspectos), son rescatados el 22 de diciembre de 1972, 16 sobrevivientes que vencieron a la Muerte. Rescatados de un infierno de hielo en el que estuvieron encarcelados, sin que nadie pensara en todo el planeta, que pudiesen estar vivos.
Mi experiencia allí
Yo tenía 7 años cuando sucedió el accidente. Pero tengo la historia grabada en mi mente y en mi corazón. Quizá porque se habrá hablado mucho de ella en mi casa, en los medios. De chico también leí el libro (Viven). La historia siempre me impactó.
Y fue en el 2015, que me contacto por Facebook con un integrante del grupo Reviven, y por esas cosas del destino, cambié el destino de mis vacaciones. Dejé la playa, para ir con mi esposa para conocer el lugar del accidente. Fue una experiencia maravillosa, única. Una cabalgata por lugares soñados, cruzando ríos caudalosos, por precipicios, venciendo todo tipo de temores, y conociendo un grupo de desconocidos, que terminaron siendo amigos entrañables de la vida. No nos habíamos visto nunca. Y terminamos conectados para siempre. Darío, Tony, Luciano, Marcela, Gabriela y Oscar (más conocido como el Chileno). Y sobre todo conocer a Juan Ulloa, el guía, una persona entrañable que conoce la historia y el lugar como nadie, contactado con muchos de los sobrevivientes y sus familias.
En aquella oportunidad dejé en la cruz, donde descansan varios de los que no sobrevivieron, un rosario que era de mi mamá, el cual quería muchísimo. Pero valía la pena dejar allí, una ofrenda especial, algo de mucho valor. Y ahí quedó su cruz, flotando en la inmensidad del milagro.
Cuando volví, le conté a mi padre, lo del rosario de mi vieja. Se emocionó como si él estuviese ahí. No era de expresar mucho sus emociones, pero sus ojos se pusieron brillantes y se le atragantaron las palabras….
Dos años después, mi viejo de noventa y pico de años, se enferma. Internado, en coma, ya sin conexión con nosotros, de repente abre los ojos, y le dice a mi cuñada: díganle al Marcelo, que lleve mi rosario con el de la vieja…….y se durmió. Y ya no nos volvió a hablar…
Así fue qué en el 2017, volví al Valle de las Lágrimas, a la cruz, junto con mi esposa, mi hermano, mi cuñada, mis sobrinos, a cumplir el deseo de mi viejo. Desde ese momento, ellos están de nuevo juntos, flotando en la inmensidad del milagro de los Andes, donde la energía poderosa del milagro, te hace llorar. Lloras por tus tristezas, por tus alegrías, por tus fracasos, por tus sueños. Lloras por la proeza de esos valientes que no volvieron, Lloras por los sobrevivientes.
En Diciembre del 2022 volví por tercera vez, con el plan de subir el monte Seler (la montaña que subieron Parrado y Canesa, en su cruce a Chile), algo que hicieron contadísimas personas. No se pudo. No llegamos a la cima. Se complicó mucho la ruta, faltando unos 300 metros de desnivel aún. Igualmente la experiencia fue maravillosa. Caminar por el glaciar, subir por la nieve, dormir colgado en la montaña, ver el lugar donde estuvo el avión desde las alturas, ver el lugar exacto del impacto. Vencer límites personales y miedos Y entender con más profundidad, la proeza de los sobrevivientes.
Ellos sobrevivieron a la Cordillera. Ese debería ser el mensaje central de esta historia. Cada vez que nos encontremos atrapados en nuestras propias cordilleras personales, saber que podremos salir, siempre.
Mantener viva la historia de los sobrevivientes, es un modo de HONRAR LA VIDA.